CONJETURAS AL OTRO LADO DEL PLANO

Cuando nos aproximamos a la obra de un joven artista muchas veces debemos hacerlo de la mano de concepciones y menciones que nos ayuden a delimitar su campo de acción dentro de determinada escuela, tendencia, vanguardia.+
Las categorías tradicionales de la Historia del Arte nos han señalado por muchos años estos caminos, de modo que la llegada al final del mismo –la propia obra que en ese momento analizamos- no nos resulte ajena y nos permita, de estos modos, “llegar a ella”.
Sin embargo, este ejercicio pudiera tal vez significar querer encontrar un recodo travieso que nos permita explicar aquello que desde un inicio se encuentra cifrado, más que por las tendencias universales e históricas, por el propio devenir de la obra en estudio.
Por ese motivo tal vez resulte menos indirecto aproximarnos sin la necesidad de establecer límites en cuanto a filiaciones con vanguardias europeas del siglo XX, previas a las declaratorias del fin del arte y ya distantes, una vez superada la primera década del siglo XXI.

Precisamente en momentos de apogeo del arte digital, de las multidisciplinarias manifestaciones de los neo conceptualismos, de la apatía del arte representacional, de las infinitas revisiones al no objetualismo, resulta curioso encontrarnos con artistas graduados en el siglo XXI entregados a la disciplina y ritualidad del taller de pintura. Aunque desde Hegel se ha venido declarando su muerte con desánimo o entusiasmo en diversos momentos de nuestra historia, la pintura no ha cedido nunca a estos certificados de defunción atribuidos.
En el caso de Jairo Robinson tal declaratoria parece no haber hecho mella alguna en la cimentación de una obra que se afianza en sus propias convicciones y que hoy atraviesa un saludable proceso transicional dentro de su producción.

Luego de cuatro exposiciones individuales, Robinson parece haber cerrado un ciclo de indagaciones acerca de las posibilidades expresivas de planos cromáticos entretejidos en una reiteración rítmica y formal de lograda composición. Alejado desde sus inicios de la pintura representacional o figurativa, Robinson encontró en la composición de corte abstracto y geométrico el medio más eficaz y consecuente para representarse a sí mismo.  Desde entonces sus Construcciones han establecido diálogos personalísimos en infinitas capas de color y textura yuxtapuestas que prolongan múltiples puntos de fuga de equilibrio notable. Esta multiplicidad obsesiva, de tejido constante, pareciera no encontrar respiro salvo en las lejanas y escasas zonas ubicadas en las periferias de la perspectiva general de la composición, en el primer enfrentamiento con la tela en blanco representado por aquella primera mancha gestual basada en la ausencia de color con la que nace cada una de sus telas.  

Precisamente son esos breves espacios los que poco a poco han prevalecido notoriamente, convirtiéndose en importantes espacios abiertos, primigenios y potentes, de tal modo que se erigen como elementos moduladores de cada construcción.
En virtud de estas zonas los entramados comienzan a desplegarse, ya no reinantes, sino sutiles, hacia diferentes direcciones claramente delimitadas por la base originaria. No se trata de una constante, puesto que en algunos casos las intrincadas tramas pretenderán volver a regir desde el centro del soporte.
Se percibe entonces, una nueva reflexión en torno al propio espacio y a sus nuevas posibilidades, a las nuevas conquistas y sus riesgos, a la adecuación de la mirada a una forma diferente de representación y a los resultados que de ella se puedan obtener. Inquietudes varias que trazan el derrotero de exploración que el mismo artista ha abierto en torno a su obra. Sin duda, se trata de un momento de auto conocimiento fundamental.

Valeria Quintana Revoredo
Lima 2012

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